Por Líbana Nacif Heredia
La violencia que se ha destapado durante los últimos años en Guerrero, ha hecho cada vez más visible a la sociedad la pérdida de legitimidad que padecen las instituciones del estado.
Hablar de que la violencia ha rebasado la eficacia de las estructuras de autoridad es hablar de un Guerrero fallido, en el que el poder político lejos de ser utilizado para lo que de su función emana “la gestión del conflicto para la generación del bien común” se ha desvirtuado para ser utilizado en detrimento de la demanda social, para satisfacer los intereses de ciertos grupos.
Es la corrupción y la impunidad que permean en los organismos de procuración de justicia, el cáncer que le ha valido la total pérdida de arraigo social al régimen político.
¡Hoy Guerrero es diferente! hoy en Guerrero en se vive la violencia sin tapujos en un ambiente de corrupción que a diferencia de otras épocas, es de todos conocido, criticado, repudiado abiertamente. Al dispararse los índices de fenómeno, se dispararon también los de impunidad.
Esta pérdida de legitimidad, motivo de la ausencia de una respuesta satisfactoria a la demanda social más urgente -el cese de la violencia, la intolerancia, la represión- han conducido a la institución del estado a una tremenda crisis, que se agudiza día a día.
Mientras en el afán de mantener la esperanza hacia el gobierno de alternancia, que significara en algún momento el progresivo tránsito a la democracia en el estado, luego de la deuda pendiente con la renovación de la clase política estatal y con la espera frustrada de políticas sociales en pro de los más desprotegidos, la esperanza radicaba en el entierro definitivo de las practicas mas repudiadas del viejo régimen: la intolerancia, la represión a la oposición, a la lucha social.
Sin embargo estos elementos son, hoy por hoy y a casi dos años de concluir el actual periodo de gobierno, la característica principal que lo definirá por siempre en la historia de la entidad, la democracia frustrada, la gobernabilidad rebasada, la violencia exacerbada, el estado fallido.
Por lo anterior, solo resta esperar cosas peores, cada vez más perversas, más violentas, más impunes. De aquella tierra de esperanza, donde el cambio político prometía un Guerrero Mejor, solo queda la ilusión frustrada.
Hablar de que la violencia ha rebasado la eficacia de las estructuras de autoridad es hablar de un Guerrero fallido, en el que el poder político lejos de ser utilizado para lo que de su función emana “la gestión del conflicto para la generación del bien común” se ha desvirtuado para ser utilizado en detrimento de la demanda social, para satisfacer los intereses de ciertos grupos.
Es la corrupción y la impunidad que permean en los organismos de procuración de justicia, el cáncer que le ha valido la total pérdida de arraigo social al régimen político.
¡Hoy Guerrero es diferente! hoy en Guerrero en se vive la violencia sin tapujos en un ambiente de corrupción que a diferencia de otras épocas, es de todos conocido, criticado, repudiado abiertamente. Al dispararse los índices de fenómeno, se dispararon también los de impunidad.
Esta pérdida de legitimidad, motivo de la ausencia de una respuesta satisfactoria a la demanda social más urgente -el cese de la violencia, la intolerancia, la represión- han conducido a la institución del estado a una tremenda crisis, que se agudiza día a día.
Mientras en el afán de mantener la esperanza hacia el gobierno de alternancia, que significara en algún momento el progresivo tránsito a la democracia en el estado, luego de la deuda pendiente con la renovación de la clase política estatal y con la espera frustrada de políticas sociales en pro de los más desprotegidos, la esperanza radicaba en el entierro definitivo de las practicas mas repudiadas del viejo régimen: la intolerancia, la represión a la oposición, a la lucha social.
Sin embargo estos elementos son, hoy por hoy y a casi dos años de concluir el actual periodo de gobierno, la característica principal que lo definirá por siempre en la historia de la entidad, la democracia frustrada, la gobernabilidad rebasada, la violencia exacerbada, el estado fallido.
Por lo anterior, solo resta esperar cosas peores, cada vez más perversas, más violentas, más impunes. De aquella tierra de esperanza, donde el cambio político prometía un Guerrero Mejor, solo queda la ilusión frustrada.
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